*Escrito por Irene González-Ceballos y Jaime Fauré
Introducción
En la actualidad, Jean Piaget (Neuchâtel, 1896 – Ginebra, 1980) es reconocido como uno de los psicólogos más importantes de la historia. Al menos en parte, este reconocimiento se debe a que su trabajo provocó una verdadera revolución en la forma en que la comunidad académica entendía el pensamiento infantil a principios del siglo XX. Por ejemplo, entre otras cosas, Piaget consiguió convencer a los investigadores y a las investigadoras de su época de que el desarrollo del pensamiento de los niños y las niñas no era un problema de cambio cuantitativo, sino cualitativo.
Incluso el mismísimo Vygotsky llegó a reconocer a Piaget como un investigador clave en este campo. De hecho, en el segundo capítulo de su libro “Pensamiento y lenguaje” (1934) Vygotsky comentó que las investigaciones del psicólogo suizo habían “inaugurado una nueva era en el desarrollo de la teoría del lenguaje y el pensamiento del niño, de su lógica y su concepción del mundo” (p. 11). Para Vygotsky, el trabajo piagetiano tenía un doble valor. No sólo fue el fruto de la aplicación persistente de un método clínico y empírico puro; a la vez, también evitó frecuentemente la formulación de principios teóricos que pudiesen (re)orientar la agenda de trabajo que se derivaba de los resultados obtenidos. Centrar su atención de forma casi exclusiva en datos empíricos, les permitió a Piaget y a sus colaboradores evitar los caminos sin salida más frecuentes en la investigación académica de la época. Como consecuencia, pudo documentar múltiples y novedosos fenómenos desconocidos hasta ese momento.
Ahora bien, Vygotsky estaba convencido de que ningún conjunto de datos empíricos, por muy complejo que fuese, podía ser realmente útil sin un marco teórico que lo dote de sentido. Por este motivo, se planteó dos preguntas. En primer lugar, se preguntó si existían suficientes piezas repartidas -o, incluso, escondidas- en los trabajos de Piaget como para intentar reconstruir el rompecabezas teórico del que Piaget constantemente huía. ¿Sería posible reconstruir una trama teórica más o menos clara sobre el pensamiento infantil en los trabajos de Piaget? Y, en segundo lugar, Vygotsky se preguntó de qué manera se podrían articular conceptualmente los resultados obtenidos por Piaget con sus propios resultados. ¿Hasta qué punto la trama teórica de Piaget daba una respuesta satisfactoria al problema de la relación entre el pensamiento y el lenguaje?
Vygotsky intentó ofrecer respuestas a estas preguntas en el segundo capítulo de “Pensamiento y lenguaje” (1934) que hemos mencionado anteriormente, y que está dedicado fundamentalmente al análisis de la obra que Piaget había escrito hasta ese momento. En esta entrada, queremos describir brevemente las ideas que se presentan en este segundo capítulo. En palabras más poéticas, queremos acompañar a Vygotsky en su búsqueda por aquel Piaget aparentemente escondido en Piaget, con el propósito de descubrir cómo se debió haber visto en los ojos del propio Vygotsky.
Piaget escondido en Piaget: el egocentrismo
Piaget y sus colaboradores condujeron numerosos experimentos para investigar en profundidad el lenguaje y el pensamiento infantil. En términos muy generales, sus datos les permitieron concluir que las conversaciones infantiles se pueden clasificar en dos tipos: las conversaciones egocéntricas y las conversaciones socializadas.
En el caso de las conversaciones egocéntricas, los niños y niñas suelen hablar únicamente sobre sí mismos y sobre su actividad. En realidad, no les importa si les escuchan, ya que no intentan comunicarse ni esperan respuestas. Más bien, utilizan el lenguaje como un mecanismo que permite acompasar los pensamientos o las acciones propias. En cambio, en las conversaciones socializadas, los niños y niñas intentan tener intercambios comunicativos significativos con los demás. Piden ayuda, transmiten información o hacen preguntas, esperando respuestas de sus interlocutores.
Piaget y sus colaboradores documentaron que las conversaciones egocéntricas representaban alrededor de un 47% del total del habla en los niños y niñas de seis años y medio, pero dicho tipo de conversaciones desaparecía casi completamente a los siete u ocho años. Por este motivo, concluyeron que el pensamiento y el lenguaje del niño serían autistas en su origen y naturaleza, pero se convertirían de manera progresiva en pensamiento realista bajo una larga y sostenida presión social (ver figura 1).
Figura 1. Pensamiento y lenguaje según Piaget y Vygotsky
Dicho de otra forma, Piaget y sus colaboradores concluyeron que el pensamiento egocéntrico estaría situado en una posición intermedia entre, por una parte, el pensamiento autista -que sería individualista y que obedecería a una serie de leyes especiales propias- y, por otra, el pensamiento dirigido -que tendría una naturaleza social y que operaría bajo la influencia de las leyes de la experiencia y la lógica-. En consecuencia, Piaget definió implícitamente el pensamiento egocéntrico como un tipo de pensamiento que intenta adaptarse a la realidad, pero no se comunica como tal; como un pensamiento que está a medio camino entre el autismo, en el sentido estricto de la palabra, y el pensamiento socializado.
En definitiva, para Vygotsky este era el Piaget escondido en Piaget. De sus investigaciones se podía deducir la importancia del egocentrismo como eje articulador del pensamiento y el lenguaje infantil y, a partir de esta idea, era posible articular toda la trama de datos obtenidos por Piaget y sus colaboradores, a la que se le podía atribuir un nuevo sentido. Sin duda, esto facilitaba imaginar la dirección del desarrollo según Piaget: primero, aparecería el pensamiento no verbal autista; luego, el lenguaje y el pensamiento egocéntricos; y, finalmente, el lenguaje socializado y el pensamiento lógico.
En los ojos de Vygotsky
Ahora bien, en los ojos de Vygotsky, el Piaget del egocentrismo, escondido tras el Piaget de los datos empíricos, no estaba en lo correcto. De hecho, según Vygotsky, la dirección del desarrollo infantil era la opuesta. En sus propias palabras:
Según lo anterior, un mismo punto en el desarrollo del pensamiento del niño, el que conocemos como lenguaje egocéntrico, aparece situado en dos trayectorias evolutivas completamente distintas en el esquema de Piaget y en el nuestro. Para Piaget, se trata de una fase de transición del autismo hacia la lógica, de lo íntimo individual hacia lo social; mientras que para nosotros se trata de una forma transitoria del lenguaje externo hacia el interno, del lenguaje social hacia el individual (Vygotsky, 1956, p.30).
Para justificar esta hipótesis, Vygotsky argumentó que el pensamiento egocéntrico no desaparecería con el paso del tiempo. Aunque Piaget documentara la “desaparición” del lenguaje egocéntrico en la edad escolar, la evidencia indicaría que el lenguaje egocéntrico sigue existiendo entre los adultos. Esto nos obligaría a aceptar que la abreviación progresiva no conduce a la atrofia y a la desaparición del lenguaje egocéntrico, sino más bien a su transformación en lenguaje interno. A su interiorización.
Concretamente, Vygotsky utiliza como ejemplo, sin entrar en muchos detalles, sus propias investigaciones. En estas investigaciones, se evidenciaría que hay habla egocéntrica en adultos, pero que ésta es mucho más rica que en la infancia. Y es que, ante situaciones difíciles, el uso del lenguaje egocéntrico casi se duplicaría en los niños y las niñas, y se conseguiría elicitar con facilidad entre los adultos. Esto sugeriría, por una parte, que el lenguaje interno de los adultos y el lenguaje egocéntrico de los niños tendrían la misma función de “hablar para uno mismo” y, por otra, que ambos tipos de lenguaje también tendrían las mismas características estructurales, ya que fuera de contexto serían incomprensibles para los demás. Esto motivó a Vygotsky a hipotetizar que cuando el lenguaje egocéntrico desaparece no se atrofia. Más bien, se oculta, es decir, se convierte en lenguaje interno.
Lógicamente, es posible deducir a partir de lo anterior que el habla egocéntrica no sólo es un fenómeno “de paso”, sino que desempeña un papel específico en la actividad de las personas. En este sentido, además de ser un medio de expresión y de descarga de la tensión, también se convierte poco a poco en un instrumento del pensamiento que ayuda a los niños y niñas a buscar y planificar soluciones a los problemas que enfrentan. En realidad, el lenguaje egocéntrico es un fenómeno que abre la posibilidad para que emerja el habla interna y, por lo tanto, el pensamiento.
En consecuencia, para Vygotsky el lenguaje egocéntrico no permite a los niños y niñas transitar desde el lenguaje autista hasta el lenguaje social, como proponía PIaget. Por el contrario, este sería una compleja herramienta que, a través de su uso, facilitaría a los niños y niñas “dividir” la orientación del lenguaje comunicativo en una orientación externa -o comunicativa, social- y una orientación interna -de control de la propia acción, egocéntrica-.
Conclusión
Después de analizar los datos e ideas producidos por Piaget y sus colaboradores, por una parte, y de vincularlos con los resultados obtenidos en sus propias investigaciones, por otra, Vygotsky llegó a una hipótesis radicalmente opuesta a la del psicólogo suizo.
La función clave del lenguaje es la comunicación, es decir, que seamos capaces de entablar relaciones sociales con otras personas e, incluso, con nosotros mismos. Por lo tanto, el lenguaje que los niños y niñas aprenden durante su infancia tiene esta función, esencialmente comunicativa. Ahora bien, a cierta edad el lenguaje de los niños y niñas se divide en un lenguaje comunicativo y otro egocéntrico. El lenguaje egocéntrico surge cuando el niño “transfiere” el lenguaje eminentemente social y colaborativo al plano de las funciones psíquicas intrapersonales. En otras palabras, un niño comienza a conversar consigo mismo de una manera similar a como lo ha estado haciendo con los demás. Siguiendo esta lógica, la aparición y el desarrollo del lenguaje egocéntrico es uno de los procesos más importantes en la transición del habla interpsicológica o social al habla intrapsicológica o personal.
En definitiva, en este capítulo Vygotsky planta la semilla de lo que, más adelante, florecería como la ley genética general del desarrollo: “la verdadera dirección del desarrollo del pensamiento infantil no va de lo individual a lo socializado, sino de lo social a lo individual” (p. 30).